RETORNO



Hemos dejado de escuchar los secretos que nuestros ancestros susurraban en el silencio; para ahogarnos en el ruido persistente de publicidades que persiguen una idea de falsa felicidad. Alimentando así, una imponente nube de densa oscuridad con entrañas de tristeza e insatisfacción nos acecha día a día. 

Hemos dejado de observar el cielo, de percibir la fertilidad de la tierra, de oír la brisa, de sentir el agua. Hemos olvidado los rituales heredados que nos conectaban con lo sagrado. 

Hemos descuidado quiénes somos, de dónde venimos. Hemos sido víctimas de la ilusión de nuestro intelecto. Hemos olvidado qué somos; la energía con la que se hacen los árboles, los bosques, los planetas y las estrellas. Hemos olvidado que somos, en esencia, el mismo universo. 

Alejados de todo eso, viajamos al momento presente, a este cuerpo material, a esta mente racional, que está leyendo esto desde un aparato que irradia luz. Pero esta luz es otra, distinta a la que emanan los astros, distinta a la que nos regala el Sol. Y ese Sol, esa luz, somos nosotros. 

Henos aquí, intentando conectar con esta carrera, con nuestros compañeros, con el conocimiento todo, a través de una pantalla. Estas pantallas que nos eyecta hacia el exterior, al ciberespacio que desconecta y subyuga. Causalmente, en el riel contiguo de esta infinita vía de tren, nos encontramos con el Yoga cuya raíz es: Yug=Unión. 

¿Será la misión del Yoga guiarnos hacia la liberación de la era cibernética? 

Ligar caos y calma, como en el yin yang. Hemos de encender esa luz, formar parte consciente de ese fuego solar eterno que yace debajo, arriba, por dentro, por fuera, omnipresente; que también coexiste con ese oscuro y frío espacio lleno de vacío. Despertar esa shakti que nos envuelve, que nos sostiene sobre esta Tierra, bajo el hechizo de un incesante nacer y morir en corrientes de movimientos siseantes y espiralados. Así como el Sol circunvala la Galaxia, la humanidad tan minúscula y tan inmensa, manifestando lo inmanifiesto de esta pasajera existencia.

Reorientar la mirada, de la pantalla al Sol, nos va acercando, reconectando con nuestra naturaleza aparentemente perdida. En esa nueva dirección, no estamos más que admirando el alba de nuestro Ser. Y el paisaje es prometedor. 

Somos partícipes de ese amanecer del todo. De esa totalidad que siempre estuvo ahí, en las sombras, y que ahora comienza a despertar con cada momento que elegimos sumergirnos en el presente. En cada movimiento que hacemos, en cada respiración que damos, en cada pensamiento que tenemos nos hacemos parte de un paisaje que nos invita a volver a casa. 

Hemos de renacer y ser dichosos simplemente siendo. 

Hemos de reconocernos como parte del elenco de la danza cósmica de Shiva. 


Paula Licausi y Natalia Perucci

Estudiantes de 1ero y 3ero
Tecnicatura en Yoga y Salud Integral- UGR