¡TU INCONSCIENTE ES MÁS GRANDE QUE TUS TRAUMAS!

Cuando en conferencias propongo al público que asocien palabras con el concepto de “inconsciente”, invariablemente aparecen algunas como “conflictos”, “complejos”, “traumas”, “mandatos”, “lo reprimido”... Y es verdad que todo ello abarca una zona del inconsciente humano. Pero es sólo eso: una zona; también es cierto que existe “otro Inconsciente” (que preferiría nominar así, con mayúscula), del cual rara vez se escucha hablar todavía en las universidades de Sudamérica.

La Psicología Transpersonal nos dice que ese Inconsciente tiene por núcleo nuestra verdadera identidad: nuestra esencia, nuestro Sí Mismo (como diría Jung)... aquello que éramos aún antes de nacer, y que seguiremos siendo aún después de morir. Ese Inconsciente tiene una sabiduría no-aprendida: puesto que es una porción del Todo, en él anida un conocimiento que no puede venir desde el afuera, sino que le es inmanente. Y es por ello que ese Inconsciente es la vía de acceso hacia lo Sagrado: la porción re-ligándose con la Totalidad. Como dice un Salmo de David: “Mi porción es Dios”. Tan es así que en la Psicología del Zen se le llama Hishiryo (traducible en nuestro idioma como Inconsciente Cósmico Religioso). Bien distinto del Edipo, ¿verdad?

Roberto Assagioli (Psiquiatra italiano que fuera uno de los pioneros en la Psicología Transpersonal europea), le llamaba Supraconsciente, y decía que el ser humano tiene por necesidad hacer contacto con ese aspecto de su Inconsciente, para desarrollarse plenamente como individuo. También porque el acceso a nuestra real hondura puede implicar un efecto terapéutico que sólo se experimenta abrevando de sus aguas. Él señaló, tomando enseñanzas de Oriente, que existen dos vías de contacto: una es ascendente (cuando la persona busca establecerlo a través de su autoobservación, de la visualización, la meditación, la plegaria...). Y la otra es descendente (cuando el Inconsciente mismo envía sus contenidos, bajo la forma de inspiración, de sueños, de ingeniosas soluciones...). En ambos casos será necesario cultivar un fuerte sentido común que nos permita discernir si se está infiltrando en ello o no nuestra imaginación más superficial, interpretando erróneamente esos contenidos.

También contamos con otros aspectos luminosos: lo que en el Zen se denomina Inconsciente entrenado, es decir, aquella área interna que reserva recursos psicológicos disponibles, que a veces no utilizamos por no saber cómo activarlos.

En la práctica clínica, un buen terapeuta contará fundamentalmente con la habilidad de esas zonas del Inconsciente del paciente, buscando despertarla para que sea el Inconsciente mismo el que dirija el proceso de cambio: nacimos para que esa interioridad se exprese, de modo que es esa misma interioridad la que sabe qué debemos hacer para que la saquemos a la luz. En ese sentido, el terapeuta necesitará contar no sólo con sus conocimientos adquiridos, sino también con el saber de su propio Inconsciente, ayudando a que el Inconsciente del paciente haga su trabajo de auto-iluminación.

Ojalá que este modo de verse a sí mismo y a los demás pueda tener más presencia en los claustros universitarios: no somos nuestras neurosis, sino seres evolucionantes que tratamos de parir nuestra legítima identidad esencial.


Virginia Gawel *

* Licenciada en Psicología, docente, escritora y conferencista. Desde 1984 trabaja en la integración de las Psicologías de Oriente y Occidente. Es Directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires, www.centrotranspersonal.com.ar