Un granjero tenía un caballo, pero un día el animal huyó, y el granjero y su hijo tuvieron que arar la tierra solos. Los vecinos le dijeron: “Oh, ¡qué mala suerte que se haya escapado tu caballo!” El granjero simplemente contestó: “Mala suerte, buena suerte… ¿Quién puede saberlo?” 
A la semana siguiente el caballo regresó a la granja, acompañado de una horda de caballos salvajes. “¡Qué suerte!”, exclamaron los vecinos, pero el granjero respondió: “Mala suerte, buena suerte… ¿quién puede saberlo?”.
Luego, su hijo intentó domar a uno de los caballos salvajes y al caerse, se fracturó una pierna. “¡Ah, qué mala suerte!” se compadecieron los vecinos, y de nuevo el granjero contestó: “Mala suerte, buena suerte… ¿quién puede saberlo?”
Unas semanas después, el rey reclutó a todos los jóvenes del país para participar en una guerra. El hijo del granjero, con la pierna rota, quedó exento. “¡Qué suerte que tu hijo se haya liberado de ir a la guerra!”, exclamaron los vecinos. Y el granjero comentó: “Mala suerte, buena suerte… ¿quién puede saberlo?”

Extracto del libro "Las cuatro revelaciones" (A. Villoldo)
Imagen: pintura al óleo de María Tizzano (Argentina, 2008)